martes, 1 de septiembre de 2020
MENTIRAS QUE DEJAN HUELLA
MENTIRAS QUE DEJAN HUELLA
Los científicos, así como los que estudian el comportamiento de la especie humana, afirman la importancia que tiene la educación, la cultura y la ética en el modo de actuar de cada uno de nosotros.
Líbreme el cielo, si lo hubiera, poner en duda tales afirmaciones por las inseguridades que me son propias. Ignoro si es preciso disponer de estos tres condicionantes para que el individuo actúe correctamente, supongo que sí, pero, permítanme acogerme a la ética. Hablo de mi forma de sentir y pensar, que espero no me dejen tirada como a una colilla hasta que el boli patine en mis manos y sin más preámbulos cierre mis ojos.
Debido a mi comunión con la ética, no soporto la mentira, la altivez con el que menos tiene ni el engaño ruin al desvalido.
Hasta no hace tanto, en el transporte público los jóvenes se apresuraban a dejar el asiento a los mayores. En la actualidad te desafían y, con voz desabrida, te indican que guardes las distancias. Se creen que los mayores les infectamos y, pobres, ni reparan que es la juventud incívica y poco solidaria la que no duda en irse de juerga, compartir botellón y mandar a la puñeta a sus mayores.
En un santiamén, no pocos se han olvidado de los abuelos/as que les han tendido una mano cuando era menester. Qué en su generosidad, no han reparado en sacrificar su propio bienestar, con tal de que ellos crecieran sanos y fuertes y, si acaso, lucieran una prenda de marca.
Hemos vivido y malvivido en la mentira. Los que no hace tanto llegaron a la política prometiendo el oro y el moro, una vez consiguen su acomodo, es decir: un suculento sueldo, guardias de seguridad que les guarde las espaldas, lo que menos les preocupa es el cuidado de los que lo han dado todo por nosotros. Les estorbamos, les incomodamos, hay que dejar paso a la nueva juventud.
Mis condolencias a los que han creído que el maná venía del cielo para restañar la desazón de atropellos ya cronificados. Pues no, porque el maná no existe y la mentira campea entre nosotros entre personajes que se creen con derecho en el ordeno y mando. Y hágase “mi voluntad”, quiero decir, la de ellos.
Pero la mentira se ha instalada entre nosotros como pinocho en sus mejores tiempos. “Las residencias de nuestros mayores están atendidas con total pulcritud. Incluso sobra personal para ayudar a otras más necesitadas”, escucho afirmar sin el mínimo sonrojo. Perfecto. Nada se dice de qué los mayores se están muriendo en total desamparo. No tienen medios para atenderles, el personal se está infectando. Es la hora del sálvese quien pueda. Parece que, por su edad y con problemas físicos, psíquicos o ambos, a los residentes les estaba vedado el acceso a los hospitales públicos. Eso sí, los ancianos que disponen de seguros privados, sí fueron acogidos en hospitales privados. Para los demás, no había material para todos, confínense ustedes que ya vamos sobrados de escuchar historias para no dormir en una década.
A buenas horas se airea que el 70/% de los fallecidos son de las “pulcras” residencias de personas desvalidas.
Y yo que me creía a salvo cuando a mis oídos llegó que mi sueño estaba asegurado, y el suyo también, faltaría más. Graso error. En donde dije digo, he de decir diego, y sanseacabó. ¿Que todo quisque ha de estar en perenne vigilia, y el que no esté contento que se tome una pastillita y a dormir? Pues claro, aunque a mis ojos se presenta más que nublado.
Posiblemente el problema sea sólo mío dado que el debate de los unos contra los otros y viceversa, no invita al sosiego. Más parece puro y duro cainismo en la que no se atisba soluciones para nadie que no sean sus propios intereses, ignoro si confesables o inconfesables, no vayamos a salir corriendo y, cuando llegue el día señalado, se queden si tan preciado voto, en este caso, no harán ascos a nadie con tal de que vayamos a depositar en la urna, nuestra tarjetita.
Los mandatarios, habrán estudiado mucha letra, leído muchos libros, tendrían acceso a una cultura de la que los demás carecemos, pero, no han aprendido algo tan sencillo como predicar con el ejemplo. Insultos barriobajeros. Descalificaciones al contrincante que han de batir. Ni una sola propuesta a las necesidades del pueblo. Ni un adarme de empatía se atisba ante la penuria que acecha a los de siempre, aunque sólo fuera para mitigar la zozobra de un pueblo que les está manteniendo a cuerpo de rey. Sólo les mola perpetuarse en su acomodo aún a costa de instalarse en la mentira.
Luisa Méndez Fdez
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