miércoles, 6 de diciembre de 2017

COSAS DE LA TENSIÓN

COSAS DE LA TENSIÓN (n`Asturianu, 2º premio Horru 2015) (Para todos los públicos en ahora en castellano) Después de nueve horas de jornada laboral, soportar las monsergas de mi jefe: que si él lo entiende pero los tiempos son los que son y no puede asumir más coste de seguro que el de una media jornada… A buenos tiempos voy a creer en historietas de medio pelo, como si no supiera que no tiene otro afán que el de ahorrar los cuartos. Poco le importa el cansancio de sus trabajadores con tal de que el trabajo siga para adelante. Llego a casa con la necesidad de un buen remojón bajo la ducha y, acto seguido, dejarme caer en el sofá y, sanseacabó. Si a Juan le apetece cenar algo especial, que se ponga a ello o que eche mano a un pedazo de pizza. Qué más puedo hacer, si no me aguanto ni a mí misma. Juan, mi esposo, el amor de mi vida, es comercial. Se pasa la vida de un lugar para otro y además tiene que soportar a su jefa, Mariola, incansable en sus amenazas. De nada sirve que él enarbole sus razones: ¿Qué importa si la gente tiene hambre si lo que falta es dinerillo para comprar? Mariola hace oídos sordos, sólo le interesan los números tocantes y sonantes y no la palabrería de sus trabajadores. Está visto que es muy exigente y creo que bastante lagartona, se pasa el día protestando: que si la empresa va de mal en peor, que la única alternativa va a ser prescindir de algunos holgazanes, y que el no esté conforme, pues ya sabe, su puesto pronto se lo rifarán un buen puñado de paraditos, y hasta por menos dinero, sí lo sabrá ella. El pobre está desesperado y con la tensión por las nubes. De ninguna de las maneras puedes seguir así, Juan —le digo algunas veces cuando llega a casa de madrugada, mientras le masajeo delicadamente las sienes—. Tienes que plantar cara a tu jefa, ¡caramba!, si no hay ventas, no hay ventas, ¿qué puedes hacer tú, cariño, si la economía es la que es? En algunos momentos a mí esposo no le queda aliento ni para contestar. Se deja acariciar mientras se queda dormido como un bendito. La verdad es que yo también vivo en tensión y preocupada por su salud. Esto va por mal camino, aunque procuro no trasmitirle mis preocupaciones, bastante tiene él con las suyas. Nada más abrir la puerta de la casa, veo con asombro que todas las luces están encendidas. — Juan —digo, alzando la voz—, que no podemos pagar tanto despilfarro, cariño. ¿Tienes dificultad con la vista, Juan? Apago la luz del pasillo pero, al pasar por la cocina, me doy cuenta de que algo muy serio ha tenido que pasar porque todo está revuelto. ¡Dios! ¿Acaso los ladrones no saben que aquí no hay nada que robar? —Juan, por dios, ¿qué ha pasado? —pregunto a gritos. De pronto, un sonido extraño me llega desde el salón. Con el miedo metido en el cuerpo, me acerco de puntillas. Veo a Juan y tal parece que su respiración resuena en toda la estancia como la de un toro herido. Tirado sobre el sofá, lo miro con el corazón sobrecogido. Pobre Juan, los puños prietos, como si estuviera en medio de un ataque de nervios. ¡Ay!!!! Estoy segura de que esto es cosa de la tensión. ¿Y si estuviera en las últimas…? Mareada, marco emergencias: que mi esposo está mal, muy mal —grito con todas mis fuerzas—. No, no miré si respira, vaya lo que pregunta esta gente, digo para mí—. Dense prisa, por favor. Sin saber qué hacer, me dejo caer de rodillas ante la Santina. Entre ambos, la pusimos en un rinconcito del salón. En ese momento, éramos felices. Después, llegaron los problemas económicos, las exigencias en el trabajo; el esclavista de mi jefe; Mariola, trayendo a mi Juan por la calle de la amargura. Pobre Juan, estoy por asegurar que algo muy gordo le ha tenido que pasar. Los sanitarios y el médico llegan en un santiamén. El doctor le abre los ojos y la boca hasta las amígdalas. Las manos de Juan siguen apretadas, que más parecen garras. Algo le pone el médico debajo de la lengua y Juan comienza a despabilar. Estoy mareado —dijo—, ¿qué hace esta gente aquí? —Debió ser una subida de la tensión, cariño, los llamé yo, vaya susto, bien pensé que te habías muerto. El doctor decide que lo más prudente es llevarlo al hospital para hacerle un estudio más a fondo, con esas cosas hay que tener cuidado. Al pasarlo para la camilla, la mano de Juan, cerrada hasta ese momento como si tuviera un candado, se afloja. Entonces, el médico cogió de aquella mano un papel... —Por si eso tuviera algo que ver con la tensión, señora —dice el médico— léalo rápido, no tenemos tiempo que perder. Sin saber qué decir, cogí el papel… Es una carta impregnada en un perfume que marea. Con mano temblorosa la desdoblo. Está escrita con letra firme. Mariola, la jefa de mi esposo, lo ha puesto en la calle…, nada dice sobre lo difícil que está eso del comercio ni que las ventas estén por los suelos, sólo que, se ha enamorado de un joven maromo, mucho más potente en la cama que él. Luisa Méndez

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