LA CIUDAD QUE SOÑAMOS
Cuidado: ¿Quién ha
dicho que soñar no cuesta nada? Si el poeta Calderón de la Barca dejó bien
claro que “los sueños, sueños son”, atreverse a bucear por los vericuetos de
nuestra mente, así como quien recorre una alcantarilla sin vías de retorno y
despertar rodeados de nuestro propio estiércol. No sentir que el sueño nos ha
jugado una trastada. Que la cruda realidad sigue vigente. Que un duro de los de
antes nada tiene que ver con un euro y que, al paso que vamos, nuestra despensa
se llenaba más con el duro que con el inflado euro.
La Ciudad que soñamos
para hoy. Para que nuestros hijos continúen la obra provistos de unos sólidos
cimientos. Hasta la mala argamasa puede dar excelentes frutos si la pulimos con
nuestras manos, ávidas de posibles sueños. Dispuestos a soñar con los ojos
abiertos y aderezar con pulcritud lo que escupen, como si se tratara de un
despojo, las grandes, y a veces no tan grandes Ciudades.
Sin el más mínimo
recato termina de pasear por la caja tonta el suministro de agua servido en el
vientre de una cuba, a los habitantes que “viven” adosados a una de estas idílicas ciudades. La cantimplora, el
barreño y el caldero ferruñoso zambullido en el improvisado aljibe lleno del líquido
vital para la subsistencia. La señora que afirma que el grifo de su casa lleva
décadas más seco que la teta de su abuela y, por lo tanto, prohibido bañarse.
Un señor renqueando afirma que, en sus setenta años, en su casa jamás se
encontró, ni por casualidad, con una ducha.
¡Estamos apañaos!
Billones de euros despilfarrados campean a su libre albedrío, como Don Rodrigo
Díaz de Vivar, El Cid Campeador a lomos
de su caballo Babieca. Trillones de dólares para defensa. Según datos de prensa, Jacques Diof –secretario general de
la FAO —afirmó que, “con el 2% del gasto militar se acabaría con el hambre en
el mundo”. A años luz de la guerra contra el terror, se calcula que los gastos
para matar asciende a cifras escalofriantes. A más millones, más muertos.
Y aún resuenan
campanas de que la situación en los campos desvastados por la metralla y la
sinrazón no es idílica, pero sí muy buena.
Que el 2% del
vergonzoso presupuesto para matar, puede y debe ser reconvertido en billones de
hogazas de pan para los que no tienen nada para vivir —sólo ametrallados con
carne de cañón me sitúa en una interrogante difícil de evadir:
Cuidado: proliferan
los gobernantes adictos a protegernos de los malvados. Gobernantes que
gobiernan al compás de los tambores de guerra y muy lejos de los campos de
batalla. Y más aún de compartir mesa sin mantel con billones de desarrapados, haciendo
oídos sordos mientras riegan los campos de batalla de cadáveres. Cuerpos mutilados sin un mendrugo de pan que llevar a la boca.
Soñar demasiado puede
costar más de un batacazo. Vamos a soñar con los ojos abiertos que la Ciudad y
sus apéndices sea cada día un poco más habitable.
La paz es posible
restando a los presupuestos para la guerra el 98% para vivir una vida digna. El
2% restante par uso y disfrute de mesa y mantel para compartir la paz.
Luisa Méndez Fernández
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