LA PALABRA ROTA
Mimosa y con aires de bohemia, despliegas ante mí tu incómoda virginidad. Lasciva y expectante, retas al pizpireto lápiz a penetrar la tersura de tu página inmaculada. El macho impúdico se pega a mi mano dispuesto a buscar los puntos de apoyo para llegar a ti. Y tú, al sentirte poseída por la palabra amor, te estremeces. Bien sabes que somos el trío perfecto, que sin decir “te quiero” nos queremos.
Las madreselvas se enredan en el alféizar de mi dueño. Frágiles amapolas caen desmadejadas impregnando de aromas la tersura de tu frágil belleza. Y a ti, amor mío, casi sin mirarte, te miro; no puedes impedir que tus ojos desnuden mis ojos mientras el perfume embriagador de los lirios del campo toma posesión de nuestros cuerpos.
Como sabueso enamorado descubres mi secreto, ingenuamente depositado en el regazo de mi compañera de insomnios, siempre atenta a mis confidencias. Mientras que el intrépido cómplice se crece pleno de ilusión, sintiéndose mensajero de nuestros silencios. Estoy convencida de que tu presente y el mío están aquí, sedientos de promesas futuras. De amores incombustibles. Lirios y amapolas se adueñan de tus manos. Tú acaricias la crecida de las flores para depositarlas delicadamente en el Edén de mi vientre, ávido de lujuria.
Hoy te ofrezco mi amor impregnado en aromas silvestres. Capaz de luchar con la fiereza de madre acorralada para liberar a sus retoños del peligro del fuego desatado, de la destrucción de la ira, del huracán que arrastra sobre el fango los cuerpos dormidos, ajenos a la ruindad del ladrón dispuesto a crecer a costa de los vómitos ajenos.
Percibo cómo tus manos acarician sutilmente la palabra rota, despedazada, mientras todo mi cuerpo espera tus caricias. Me amas, lo sé; en cambio, tu boca no encuentra las palabras. Bien sabes que se han ido junto con las mías, enredadas en el engaño de una célula mutante, descarada, poseída de sí misma.
Permíteme que lance a tus pies un nidal de poemas, con el deseo de que traspasen tu corazón y, junto con el mío, bebamos la sutil belleza vespertina, las flores del campo y todos los manantiales del alma.
El murmullo de los pétalos nacientes exhala esencias de abandono y complicidad. El amor no quiere jugar al escondite, rotos los silencios sin hambre de palabras. Y no estamos solos. Nuestros amigos, reunidos en cónclave de honor, dispuestos a trasmutar los silencios en mares de palabras. Su regalo, depositado delicadamente en nuestras manos que se unen en un sí embriagador. En esencia de jazmín arrobado, en ensueños de un vals que gime alborozado y poseído de pasión y entrega.